El momento en que se encuentra Dios con su pueblo en el Sinaí es descrito como una boda. Moisés despierta al pueblo diciendo, "Levantaos de vuestro sueño, el novio está cerca, y está esperando conducir a su novia bajo la tienda de la boda". Moisés, a la cabeza de la procesión, llevó a la nación donde el novio, Dios, al Sinaí, donde él mismo subió a la montaña (PRE 41; Shir 1.12 y 5.3). De acuerdo a otra leyenda, cuando Israel prometió obediencia a Dios ciento y veinte miriadas de ángeles descendieron, y le dieron a cada Israelita una corona y una faja de gloria, regalos divinos, que no se perdieron hasta cuando adoraron al becerro de oro, entonces los angeles vinieron y tomaron de regreso esos regalos (Shabbat 88a; PR 10, 37a; 21, 103b, 28, 154a; PRE 27). Además de las coronas y las fajas, los israelitas, de acuerdo a otras fuentes, irradiaban la gloria divina de sus rostros, cualidad que también se perdió (a excepción de Moisés) cuando adoraron el becerro de oro (PR 21, 101a y 102a).Esta unión entre Dios y los hombres se vislumbra en otra leyenda que dice que los cielos se abrieron y el Monte Sinaí, libre de la tierra, se elevó hacia el aire, de modo que su cumbre se elevó a las alturas mientras que una nube gruesa la cubrió por entera y toco los pies del Trono Divino (PRE 41; Nispahim 55; Filón, De Decalogo 11). Acompañando a Dios aparecieron, por un lado, 22 mil ángeles con coronas para los levitas, la única tribu que permaneció fiel a Dios mientras que el resto adoraba al becerro de oro. Por otro lado, habían 60 miriadas, 3550 ángeles, cada uno llevando una corona de fuego para cada israelita. En el tercer lado, había el doble de ángeles, mientras que en el cuarto, simplemente incontables. Y es que Dios no apareció en una dirección, sino que en las cuatro simultaneamente, lo que, sin embargo, no previno que su Glorial llenase todos los cielos y toda la tierra (Aggadat Shir 1, 14; PR 21, 202b-203a; ER 22, 119; PR 12, 107b; ShR 29,8; BHM V, 68). Más aún, y de acuerdo a otras tradiciones cuando la tierra y el cielo temblaban ante la voz divina, Israel se alarmó tanto que apenas podían estar en pie. Entonces Dios envió a cada persona dos ángeles, uno para que pusiera su mano sobre el corazón de cada israelita de modo que su alma no partiera; y el otro para que sustuviera la cabeza de cada israelita para que pudiese contemplar el resplandor de su creador. Ellos contemplaron la gloria de Dios como las palabras invisibles que emanaban de la visión divina y aceptaron al unísono la Tora (Aseret ha-Dibrot 69-70; Tosefta ´Arakin 1.10; Sifre D. 313; Mekilta Beshalah 2, 63b y 9,71b; Shabbat 88b; Tehillim 31, 338).
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