Para Pablo los gentiles que han creído en el Mesías resucitado no necesitan circuncidarse. Eso es claro. Pero, ¿qué pasa con los judíos que han aceptado al Mesías? ¿Deben seguir la Torá? Aquí el asunto es menos claro. En algunos textos Pablo dice que uno debe permanecer en el estado en el que fue encontrado. La parusía es tan inminente que no conviene hacer modificaciones. ¿Fue llamado alguno ya circuncidado? Quédese circuncidado. ¿Fue llamado alguno estando incircuncidado? No se circuncide. (1Co 7,18). Esto implica que el gentil no ha de circuncidarse. Pero, ¿significa que el judío debe seguir cumpliendo la ley? En algunos textos pareciera que es esto precisamente lo que aboga el apóstol (Hch 24,14; 1Cor 7, 17-18). Partamos diciendo que la Torá no es un problema para Pablo. Al contrario es una bendición. El problema esta en el pecado que ha sido más fuerte que la Ley y que sólo Jesús ha podido vencer. Para Pablo, la Ley no ha sido lo suficientemente fuerte en relación al pecado (Flp 3, 7-11): lo que para mí era ganancia lo consideré, por Cristo, pérdida. Más aún, todo lo considero pérdida comparado con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús mi Señor; por él doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo y estar unido a él, no con mi propia justicia basada en la ley, sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la justicia que Dios concede al que cree. Lo que quiero es conocer a Cristo, y sentir en mí el poder de su resurrección, tomar parte en sus sufrimientos; configurarme con su muerte con la esperanza de alcanzar la resurrección de la muerte. Estas ganancias se habían explicitado antes (Flp 3, 5-6): circuncidado el octavo día, israelita de raza, de la tribu de Benjamín, hebreo hijo de hebreos; respecto a la ley, fariseo, celoso perseguidor de la Iglesia; en cuanto al cumplimiento de la ley, irreprochable. Algo parecido leemos en 2Cor 11,22: ¿Que son hebreos? Yo también. ¿Que son israelitas? Yo también. ¿Que son descendientes de Abrahán? Yo también. ¿Que son ministros de Cristo? —hablo como demente—, yo lo soy más que ellos. O veamos, Gl 1, 14: en el judaísmo superaba a todos los compatriotas de mi generación en mi celo ferviente por las tradiciones de mis antepasados. San Pablo ha encontrado en la muerte y resurrección de Cristo todo lo que necesitaba (Gl 2, 19-20). Por medio de la ley he muerto a la ley para vivir para Dios. He quedado crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y mientras vivo en carne mortal, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. Estos textos sirven de justificación para no vivir más de acuerdo a la Ley, y al ejemplar modo de vida que había llevado hasta ahora como fariseo. Pero insisto, no significa que la Ley sea mala, simplemente que por una parte esta no pudo con el pecado, y por otra, que Cristo es la finalidad de la ley: Porque Cristo es el fin de la ley para justicia a todo aquel que cree (Rm 10,4 ). En este versículo, además, Pablo señala lo que une verdaderamente a los creyentes de Jesús el Cristo, sean gentiles o judíos, el creer o la fe. Por eso insiste en que Abraham fue reconocido justo debido a la fe y a través de ella recibió la promesa de Dios de que cada nación en el mundo sería bendecida en su nombre (Gl 3,8; Rm 4,11.17). En términos generales, para Pablo la Tora no juega un papel fundamental en la era mesiánica como instrumento de salvación. En la era mesianica es la fe la que une y salva a judíos y gentiles: ¿Qué diremos entonces? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, alcanzaron justicia, es decir, la justicia que es por fe; pero Israel, que iba tras una ley de justicia, no alcanzó esa ley. ¿Por qué? Porque no iban tras ella por fe, sino como por obras (Rm 9, 30-32). La misma idea se repite en Gl 3, 6-7; 16-17, lo que significa que la nueva alianza opera a través de la fe: Pero no es que la palabra de Dios haya fallado. Porque no todos los descendientes de Israel son Israel;ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham, sino que POR ISAAC SERÁ LLAMADA TU DESCENDENCIA. Esto es, no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como descendientes (R 9,6-8). Aunque aparezca contradictorio esta Nueva Alianza y comunión entre gentiles y judíos no anula la existencia y los privilegios del pueblo de Israel (Rm 11, 11.26). Es más, incluso si el pueblo de Israel ha fallado al no reconocer a Jesús como el Mesías, igualmente serán salvados por la gracia de Dios como está dispuesto en su plan de salvación (Rm 11, 1-6).
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