En otras entradas hemos comenzado a estudiar la trinidad en el Tratado Tripartito, libro prototipo del gnosticismo valentiniano, con la idea del Padre y el Hijo. Esto nos ha ayudado a realzar las diferencias con el gnosticismo setiano. En el Apócrifo de Juan (prototipo del gnosticismo setiano) las dos primeras personas son el Padre (Dios invisible) y Barbelo. En este mismo tratado la triada divina la completará el Hijo, resultado de la relación amorosa entre el Padre (o Dios invisible) y Barbelo: El Espíritu miró hacia dentro de Barbelo por medio de la pura luz- la que rodea al Espíritu Invisible y su resplandor- y ella concibió de él. Engendró una centella de luz semejante a la luz beata, aunque sin igualar su magnitud. Este es un unigénito del Padre materno que se había manifestado, su único vástago, el unigénito del Padre, la pura luz (P.6). El caso del Tratado Tripartito es distinto....y semejante. Aquí la trinidad se completa con la Iglesia la que junto con el Hijo existe desde el comienzo (57,30-38). La Iglesia está constituida por muchos hombres que son anteriores a los eones, son los eones de los eones, la naturaleza de los espíritus eternos, sobre los cuales el Hijo descansa, así como el Padre descansa sobre el Hijo. Al mismo tiempo de predicar la jerarquía trinitaria (Del Padre emana primero el Hijo y luego la Iglesia), este tratado habla de la Iglesia como el fruto de la relación amorosa del Padre con el Hijo: Innumerable, ilimitada e indivisible, no obstante, su prole, los que son, provenientes del Hijo y el Padre, como besos a causa de la sobreabundancia de quienes se besan entre sí con un pensamiento bueno e inagotable, este beso siendo único, aunque envuelve una pluralidad de besos. Es decir, es la Iglesia de muchos hombres que existe antes que los eones, que se denomina, en sentido propio, los eones de los eones” (58,19-35). El esquema es igual al gnosticismo setiano: al mismo tiempo que afirma la jerarquía divina (¡y la co-eternidad!), se señala que de la relación amorosa entre la primera pareja emana la tercera. Como sea, así se establece la idea de la trinidad en el Tratado Tripartito: Padre, Hijo, Iglesia.
Ahora bien, como todo sistema gnóstico, las emanaciones desde la divinidad se suceden unas a otras, siempre jerarquicamente y en parejas. Así como el Hijo descansa sobre la Iglesia, ésta lo hace sobre innumerables eones (60,1-67,37) que han estado siempre potencialmente en el pensamiento del Padre. Estos eones (o emanaciones) son inefables, innombrables, inconcebibles, innumerables, invisibles, llenos de gozo, de la paternidad divina. Estos existen al modo de la descendencia del Padre, es decir no existen por sí mismos. Su motivo de ser es buscar a esa fuente de vida que no han visto pero de la que dependen. Es como un instinto que los hace buscar su origen divino. El infante mientras que está bajo la forma de un embrión tiene todo lo que es suficiente para sí, por más que todavía no haya visto al que lo inseminó. Por esto poseen esta realidad sólo para buscarla, entendiendo, por una parte, que existe, por otra, queriendo encontrar qué es el que es. Puesto que, sin embargo, el Padre perfecto es bueno, igual que no les concedió que existieran sólo en su Pensamiento, sino que les permitió que asimismo pudieran existir, así también les hace la gracia para poder conocer qué es, o sea, al que se conoce eternamente” (61, 19-40). Estos eones a su vez generan más emanaciones para dar gloria al Padre, todos son así propiedades y poderes del Padre (67,38-74,18). “Innumerables e indivisibles son las generaciones de sus palabras y sus mandamientos y sus Totalidades (de Dios). Él las conoce, las cosas que son él mismo, puesto que están en el Nombre único y todas hablan en el. Y las produce para que en la unidad sola se descubra que existen de acuerdo con cada una de las excelencias” (67,25-38); “Pues todos los que provinieron de él, o sea, los eones de los eones, siendo emanaciones, la prole de una naturaleza generadora, ellos también, por su naturaleza generadora, generan para gloria del Padre, como él fue para ellos la causa de su establecimiento” (67,39-68,10). Estas emanaciones desde el Padre no merman su naturaleza: “Pero permanece siendo como es, él es como una fuente, que no es mermada por el agua que mana abundantemente de ella” (60, 10-18)
Ahora bien, como todo sistema gnóstico, las emanaciones desde la divinidad se suceden unas a otras, siempre jerarquicamente y en parejas. Así como el Hijo descansa sobre la Iglesia, ésta lo hace sobre innumerables eones (60,1-67,37) que han estado siempre potencialmente en el pensamiento del Padre. Estos eones (o emanaciones) son inefables, innombrables, inconcebibles, innumerables, invisibles, llenos de gozo, de la paternidad divina. Estos existen al modo de la descendencia del Padre, es decir no existen por sí mismos. Su motivo de ser es buscar a esa fuente de vida que no han visto pero de la que dependen. Es como un instinto que los hace buscar su origen divino. El infante mientras que está bajo la forma de un embrión tiene todo lo que es suficiente para sí, por más que todavía no haya visto al que lo inseminó. Por esto poseen esta realidad sólo para buscarla, entendiendo, por una parte, que existe, por otra, queriendo encontrar qué es el que es. Puesto que, sin embargo, el Padre perfecto es bueno, igual que no les concedió que existieran sólo en su Pensamiento, sino que les permitió que asimismo pudieran existir, así también les hace la gracia para poder conocer qué es, o sea, al que se conoce eternamente” (61, 19-40). Estos eones a su vez generan más emanaciones para dar gloria al Padre, todos son así propiedades y poderes del Padre (67,38-74,18). “Innumerables e indivisibles son las generaciones de sus palabras y sus mandamientos y sus Totalidades (de Dios). Él las conoce, las cosas que son él mismo, puesto que están en el Nombre único y todas hablan en el. Y las produce para que en la unidad sola se descubra que existen de acuerdo con cada una de las excelencias” (67,25-38); “Pues todos los que provinieron de él, o sea, los eones de los eones, siendo emanaciones, la prole de una naturaleza generadora, ellos también, por su naturaleza generadora, generan para gloria del Padre, como él fue para ellos la causa de su establecimiento” (67,39-68,10). Estas emanaciones desde el Padre no merman su naturaleza: “Pero permanece siendo como es, él es como una fuente, que no es mermada por el agua que mana abundantemente de ella” (60, 10-18)