El templo de Jerusalén es un espacio que reproduce la aspiración más profunda del judaísmo: el regreso al paraíso. Un ejemplo de esta conexión entre paraíso y templo se encuentra en la figura de los guardianes del primero, los querubines. En el contexto del medio oriente, los querubines son figuras mitológicas que guardaban el trono del rey o deidad. Es lo que leemos en Gn 3,24: al oriente del huerto del Edén puso querubines, y una espada encendida que giraba en todas direcciones, para guardar el camino del árbol de la vida (que es el trono de Dios). Estos son los mismos querubines que decoraban el tabernáculo (Ex 26) y el templo (1Rey 6). En otras tradiciones los querubines no son sólo guardianes, sino que asumen el rol del trono donde se sienta Dios, así sería el asiento de la misericordia o juicio (Nm 7,89; 1Sam 4,4; 2Sam 6,2; 2Rey 19,5; Isa 37, 15; Ez 10; Sal 80, 1; 99,1; 1Cro 13,6). Que Dios se siente sobre un querubín le da más movilidad (Ez 10; 2Sam 22, 11; Sal 18,10). En un texto más tardío como el 3Enoc se identifica el trono de Dios con un querubín: Desde el día que el Santo, bendito sea, expulsó al primer hombre del Jardín del Edén, la Shekinah reside sobre un querubín debajo del árbol de la vida (3Enoc 5,1). Por último, el querubín en otras tradiciones representa al símbolo del refugio del creyente que se ampra bajo las alas de la deidad (Ex 25,20; Sal 17,8; 57,1; 61,4; 63, 7; 91,4). Para más detalles: Peter Thacher Lanfer, Remembering Eden, p. 128-131.
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