La figura de Adán es fundamental para entender el ideario místico propuesto por Pablo. La experiencia fundamental está dada por la visión de Jesús resucitado, como el segundo Adán. El camino del cristiano es ir desde el primer Adán a la semejanza del segundo . En los primeros capítulos de la Carta a los Romanos la reflexión sobre la naturaleza adámica de judíos y paganos es muy importante. Un texto particularmente esclarecedor, sobre todo por la relación que tiene con la Ley y el pecado en el primer hombre, es Rm 7,7-13:¿Qué diremos entonces? ¿Es pecado la ley? ¡De ningún modo! Al contrario, yo no hubiera llegado a conocer el pecado si no hubiera sido por medio de la ley; porque yo no hubiera sabido lo que es la codicia, si la ley no hubiera dicho: NO CODICIARÁS (7). Pero el pecado, aprovechándose del mandamiento, produjo en mí toda clase de codicia; porque aparte de la ley el pecado está muerto (8). Y en un tiempo yo vivía sin la ley, pero al venir el mandamiento, el pecado revivió, y yo morí; (9) y este mandamiento, que era para vida, a mí me resultó para muerte; (10) porque el pecado, aprovechándose del mandamiento, me engañó, y por medio de él me mató (11) Así que la ley es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno. (12) ¿Entonces lo que es bueno vino a ser causa de muerte para mí? ¡De ningún modo! Al contrario, fue el pecado, a fin de mostrarse que es pecado al producir mi muerte por medio de lo que es bueno, para que por medio del mandamiento el pecado llegue a ser en extremo pecaminoso (13). Comencemos preguntándonos, ¿qué relación tiene este texto con Adán? Aparentemente ninguna. Sin embargo, una lectura atenta del mismo nos lleva irremediablemente al primer padre y al drama que se desató en el paraíso cuando codició el fruto del árbol del bien y el mal para alcanzar un conocimiento independiente de Dios. Efectivamente, no es casualidad que cuando Pablo ejemplifica el accionar de la Ley ocupa el último de los diez mandamientos, el no codiciarás (οὐκ ἐπιθυμήσεις) (Dt. 5,21; Ex 20,17). Este verbo, de acuerdo a Filón de Alejandría (Decal. 142,150, 153, 173; Spec.Leg. 4, 84-85; Heres 294-295) se encuentra en la raíz de todos los pecados. En el Ap.Mois 19,3, en el Ap.Abr. 24,9 y Stgo 1,15 también se habla de la codicia como en el origen de todos los pecados. Lo que tenemos, entonces, es que Pablo comparte la idea que el “codiciar” es la madre de todos los pecados, y a partir de esta premisa lo que hace es una lectura alegórica del relato del Gn2-3. Así, el mandato de no comer del árbol del bien y el mal (Gn 2,17) se convierte en el mandato del “no codiciar”. La serpiente representa al pecado y Adán al “yo” o “cada persona”. De hecho fijaos en el paralelo entre la desdicha de Eva en Gn 3,13 (La serpiente me engañó, y yo comí) y la de Pablo en Rm 7,11 (el pecado, aprovechándose del mandamiento, me engañó, y por medio de él me mató). Por lo tanto, el mandamiento que fue dado para dar vida (Gn 2,16-17) devino en el medio utilizado por el pecado para implantar la muerte (Rm 7,10.13). La ley dada en el Sinaí en sí misma no es mala…eso lo enfatiza en Rm 7,7. 12. Pero el pecado, personificado como un poder cósmico, se aprovecha de la Ley para extender sus tentáculos. Para más detalles: James G.D. Dunn, The Theology of Paul the Apostle, William B. Eerdmans Publishing Company, p. 98-99.
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