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Las dos naturalezas de Cristo como dinámica de salvación en G. Palamas

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Gregorio  Palamas desarrolla su impresionante teología en respuesta del platonismo y el nominalismo de la época que negaba cualquier experiencia inmediata de Dios basada principalmente en su incognicibilidad.  Es en relación a estos extremos que Palamas desarrolla el culmen de la síntesis patrística. En primer lugar la invisibilidad e incognisibilidad de Dios es balanceada a través de la encarnación, los sacramentos y la eclesiología. El modelo cristológico de las dos naturalezas sirve de modelo para la vida del creyente. Dios es inalcanzable, al mismo tiempo que presente (esencia y energías). En su incomparable amor por los hombres, el Hijo de Dios no solamente unió su divina hipóstasis a nuestra naturaleza, vistiéndose con un cuerpo vivo y una alma inteligente “para aparecer en la tierra y vivir entre los hombres” (Baruc 3,38), pero , Oh incomparable y magnífico milagro, se unió también a la hipóstasis humana, uniéndose a cada uno de los fieles en la comunión con sus Cuerpo santo. Porque Él llego a ser un cuerpo con nosotros (Ef 3,6) haciéndonos templo de la totalidad divina, por en el Cuerpo de Cristo “la totalidad de la divinidad habita corporalmente” (Col 3,9). ¿Cómo entonces no podría iluminar a aquellos que son dignos de compartir el esplendor de su cuerpo, brillando sobre sus almas como él lo mostró a través del cuerpo de los apóstoles en el monte Tabor? Porque así como este Cuerpo, la fuente de la luz de la gracia, en algún tiempo todavía no estaba unido a nuestro cuerpo, y brillaba exteriormente sobre aquellos que eran dignos de acercárselo, trasmitiendo luz al alma a través de los ojos de los sentidos. Pero hoy, desde que se ha unido a nosotros y habita entre nosotros, ilumina interiormente al alma (Triada I, 3 &8, p. 193).

Es notable también como el modelos patrístico de las dos naturalezas de Cristo, la humana siguiendo a la divina, está a la base de esta equilibrada teología de Palamas en respuesta al nominalismo y platonismo imperante. Cuando el gozo espiritual viene al cuerpo desde la mente, ésta no sufre disminución alguna por su comunión con el cuerpo, mas lo transfigura, lo espiritualiza. Porque entonces rechazando todos los malos deseos de la carne, el alma ya no lleva más el peso que la hace descender, sino que se eleva y todo el hombre llega a ser Espíritu, como está escrito: “El que ha nacido de Espíritu es espíritu” (Jn 3,6.8) (Triadas II, 2 &9, p. 336-338).


Otro ejemplo maravilloso: Nuestra vida de pasiones debe ser ofrecida a Dios, de manera viva y activa, de tal modo que sea un sacrificio vivo. El apóstol incluso dijo lo mismo respecto al cuerpo: “Yo te exhorto” dijo “por la misericordia de Dios, a ofrecer tu cuerpo como sacrificio vivo, santo y placentero a Dios” (Rm 12,1). ¿Cómo puede nuestro cuerpo vivo ser ofrecido como un sacrificio placentero a Dios? Cuando nuestra mirada es dócil cuando nosotros nos abajamos y compartimos la misericordia de lo alto, cuando nuestros oídos están atentos a la divinas enseñanzas, no sólo para entenderlas, pero, como dijo David, “para recordar los mandamientos de Dios y llevarlos adelante” (Sal 102,18)…cuando nuestra lengua, nuestras manos y nuestros pies, todo sirve para la divina voluntad. ¿ No es acaso esta observancia de estos mandamientos de Dios una actividad común al cuerpo y al alma? ¿Cómo puede entonces ser verdad que toda actividad común al cuerpo y al alma obscurece y enceguece al alma (como decía Barlaam)? (Triadas II, 2 & 20, p. 364-365).

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