Cuando vemos la relación entre Jesús y la Torah en el Evangelio de Mateo nos sorprende el texto de 8,21-22 en el contexto del discipulado: Otro de los discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Pero Jesús le dijo: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Lo que Jesús está diciendo en este texto es que el seguirlo es el más importante de los mandamientos que el hombre pueda imaginar. Y es que no puede ser de otra manera cuando consideramos que el enterrar al padre es una obligación de gran importancia en el judaísmo del tiempo de Jesús. Un texto rabínico pertinente es m.Ber 3,1 que nos dice que una persona desconsolada está exenta de rezar la plegaria diaria del Shema (“escucha Israel”) y de las 18 bendiciones. Aquel, cuyo pariente yace muerto delante de él, está exento de recitar la Shema y de orar la oración (de las 18 bendiciones) y de vestir el tefillin. Lo que se nos está diciendo en este texto es que la obligación de guardar la pureza asociada con el vestir el tefillin y las oraciones más importantes (la shema y las 18 bendiciones) pueden ser ignoradas cuando ha muerto un ser cercano. Cuando muere un pariente lo más importante es darle una digna sepultura. Los rabinos discutirán hasta cuando la persona puede ser considerada impura por estar en contacto con el cadáver y hasta cuándo puede abstenerse de sus oraciones… pero este no es el punto. La cuestión es que para Mateo el seguimiento de Jesús no guarda excepciones, es absoluto, todo se posterga en virtud de este mandamiento. Así el seguimiento de Jesús se convierte en una medida interpretativa de la Ley mosaica.
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