Los relatos de la creación en la antigüedad no tienen un interés científico, no explican una cosmología de carácter material, como las contemporáneas (el big bang, por ejemplo). Más bien procuran proporcionar un fundamento cósmico para el significado y propósito de la vida humana. El por qué estamos en esta tierra. En ese sentido la historia de Adán y Eva apunta a responder a la pregunta del significado de la vida no sólo de una nación, sino de la humanidad entera. Consideremos que los descendientes de la primera pareja son 70 naciones en total (Gn 10), número que simboliza a la totalidad. Recordemos también que 70 eran los ángeles que fueron destinados, cada uno, a guardar una nación. Además cuando Jacob y su familia descendieron a Egipto, eran 70 personas (Gn 46; Ex 1); a su vez, cuando Israel abandonó el Sinaí, camino a la tierra prometida, eran 70 familias (Nm 26). Todo esto implica que Adán, como el primer hombre, y Eva, como el principio de la vida, simboliza al pueblo de Israel como microcosmos de la humanidad entera. En otras palabras, la humanidad entera se refleja en la historia de Israel.
Es importante considerar también que la historia de la creación de Adán y Eva tiene un final abierto que contiene su culmen con la entrega de la Ley en el Sinaí. En el relato del Sinaí se nos dice que la gloria del SEÑOR reposó sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió por seis días; y al séptimo día, Dios llamó a Moisés de en medio de la nube (Ex 24,16). Mientras Moisés es protegido en la cumbre del Sinaí por la nube del Señor, se le dan las instrucciones para la construcción del Santuario (Ex 25-31). En estas instrucciones se sigue una vez más el patrón propio de la creación del Gn 1: a través de siete “discursos” que concluyen con el mandamiento de observar el sábado al séptimo día (Ex 25, 1; 30, 11.17.22. 34; 31, 1.12). Ahora bien, lo interesante es que en este relato de la “creación” del Ex, el esfuerzo del hombre se suma a la obra creadora de Dios (a diferencia de la primera creación) y participa activamente del Sábado. Moisés, y con él el pueblo de Israel, son co-creadores junto con Dios de la obra creadora que alcanza su plenitud con la construcción del tabernáculo. Esta narrativa termina con la frase Y Moisés terminó el trabajo, la que nos lleva, de nuevo, al relato del Gn. La creación está incompleta hasta que no se construya el tabernáculo. Una vez recibida la revelación Moisés desciende de la montaña con su rostro radiante como resultado del encuentro divino (Ex 34, 29-35). Una vez con los Israelitas, Moisés devela el proyecto para la construcción del tabernáculo (Ex 35-40). Entonces los sacrificios diarios comienzan (Ex 29, 38-42), tal como nos lo dice el Lv 9, 23-24: Y Moisés y Aarón entraron en la tienda de reunión, y cuando salieron y bendijeron al pueblo, la gloria del SEÑOR apareció a todo el pueblo. Y salió fuego de la presencia del SEÑOR que consumió el holocausto y los pedazos de sebo sobre el altar. Al verlo, todo el pueblo gritó y se postró rostro en tierra. Ahora bien, ¿por qué Dios consumió el sacrificio? ¿Es que acaso salió algo mal?
Al igual que Adán y Eva desobedecieron a Dios en el Jardín del Edén, el culto mosaico se transforma en algo inapropiado, no querido por Dios. Es por ello que éste consume el holocausto (ver Lv 10,2), en vez de la conclusión natural de cualquier sacrificio, esto es, la incineración del altar, la eliminación de los restos fuera del campamento, o bien el consumir los restos por una persona calificada. Que Dios haya consumido el sacrificio significa sólo una cosa: Aaron, como sumo sacerdote, y sus cuatro hijos han sido negligentes en sus obligaciones, lo que hace que Moisés los reprenda (Lv 10,16-20). Esto explicaría también el por qué en el Yom kippur el sumo sacerdote ofrece un sacrificio por los pecados de su familia. Ahora bien, de acuerdo a otras tradiciones, también presentes en el Ex, hay otras circunstancias que definen este “segundo pecado original” (por llamarlo de alguna manera). Se trataría de la adoración del becerro de oro (Ex 32-34), el cual sería la analogía a la desobediencia de Adán y Eva. Leemos en el Génesis Rabbah 19,9 que Dios dijo: tal como yo conduje a Adán en el Jardín del Edén y le di un mandamiento que él desobedeció, con lo cual yo le castigué con la destitución y expulsión y lloré exclamando: ekah ¡Cómo pudo ser esto!, lo mismo la nación de Israel….Tal y como yo traje a Adán y Eva al Jardín del Edén, así traje a mi pueblo en la tierra de Israel y les di mis mandamientos. [Como Adán y Eva] ellos también desobedecieron mis mandamientos y los castigué con la destitución, la expulsión y lloré exclamando ekah ¡cómo pudo ser esto! La creación ha quedado imperfecta...el fin de la historia ha quedado abierta. Para el pueblo de Israel el final se configura a partir de la llegada del Mesías y la reconstrucción del Templo. Para más detalles: Gary A. Anderson, The Genesis of Perfection, p.15.199-208.
Es importante considerar también que la historia de la creación de Adán y Eva tiene un final abierto que contiene su culmen con la entrega de la Ley en el Sinaí. En el relato del Sinaí se nos dice que la gloria del SEÑOR reposó sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió por seis días; y al séptimo día, Dios llamó a Moisés de en medio de la nube (Ex 24,16). Mientras Moisés es protegido en la cumbre del Sinaí por la nube del Señor, se le dan las instrucciones para la construcción del Santuario (Ex 25-31). En estas instrucciones se sigue una vez más el patrón propio de la creación del Gn 1: a través de siete “discursos” que concluyen con el mandamiento de observar el sábado al séptimo día (Ex 25, 1; 30, 11.17.22. 34; 31, 1.12). Ahora bien, lo interesante es que en este relato de la “creación” del Ex, el esfuerzo del hombre se suma a la obra creadora de Dios (a diferencia de la primera creación) y participa activamente del Sábado. Moisés, y con él el pueblo de Israel, son co-creadores junto con Dios de la obra creadora que alcanza su plenitud con la construcción del tabernáculo. Esta narrativa termina con la frase Y Moisés terminó el trabajo, la que nos lleva, de nuevo, al relato del Gn. La creación está incompleta hasta que no se construya el tabernáculo. Una vez recibida la revelación Moisés desciende de la montaña con su rostro radiante como resultado del encuentro divino (Ex 34, 29-35). Una vez con los Israelitas, Moisés devela el proyecto para la construcción del tabernáculo (Ex 35-40). Entonces los sacrificios diarios comienzan (Ex 29, 38-42), tal como nos lo dice el Lv 9, 23-24: Y Moisés y Aarón entraron en la tienda de reunión, y cuando salieron y bendijeron al pueblo, la gloria del SEÑOR apareció a todo el pueblo. Y salió fuego de la presencia del SEÑOR que consumió el holocausto y los pedazos de sebo sobre el altar. Al verlo, todo el pueblo gritó y se postró rostro en tierra. Ahora bien, ¿por qué Dios consumió el sacrificio? ¿Es que acaso salió algo mal?
Al igual que Adán y Eva desobedecieron a Dios en el Jardín del Edén, el culto mosaico se transforma en algo inapropiado, no querido por Dios. Es por ello que éste consume el holocausto (ver Lv 10,2), en vez de la conclusión natural de cualquier sacrificio, esto es, la incineración del altar, la eliminación de los restos fuera del campamento, o bien el consumir los restos por una persona calificada. Que Dios haya consumido el sacrificio significa sólo una cosa: Aaron, como sumo sacerdote, y sus cuatro hijos han sido negligentes en sus obligaciones, lo que hace que Moisés los reprenda (Lv 10,16-20). Esto explicaría también el por qué en el Yom kippur el sumo sacerdote ofrece un sacrificio por los pecados de su familia. Ahora bien, de acuerdo a otras tradiciones, también presentes en el Ex, hay otras circunstancias que definen este “segundo pecado original” (por llamarlo de alguna manera). Se trataría de la adoración del becerro de oro (Ex 32-34), el cual sería la analogía a la desobediencia de Adán y Eva. Leemos en el Génesis Rabbah 19,9 que Dios dijo: tal como yo conduje a Adán en el Jardín del Edén y le di un mandamiento que él desobedeció, con lo cual yo le castigué con la destitución y expulsión y lloré exclamando: ekah ¡Cómo pudo ser esto!, lo mismo la nación de Israel….Tal y como yo traje a Adán y Eva al Jardín del Edén, así traje a mi pueblo en la tierra de Israel y les di mis mandamientos. [Como Adán y Eva] ellos también desobedecieron mis mandamientos y los castigué con la destitución, la expulsión y lloré exclamando ekah ¡cómo pudo ser esto! La creación ha quedado imperfecta...el fin de la historia ha quedado abierta. Para el pueblo de Israel el final se configura a partir de la llegada del Mesías y la reconstrucción del Templo. Para más detalles: Gary A. Anderson, The Genesis of Perfection, p.15.199-208.