De acuerdo a Pablo, para poder vivir en el Espíritu el hombre ha de liberarse de la Ley (ejem, ejem, ejem.) Un texto paradigmático en este sentido es Rm 7,4-6: Por tanto, hermanos míos, también a vosotros se os hizo morir a la ley por medio del cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a aquel que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios (4). Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas despertadas por la ley, actuaban en los miembros de nuestro cuerpo a fin de llevar fruto para muerte (5). Pero ahora hemos quedado libres de la ley, habiendo muerto a lo que nos ataba, de modo que sirvamos en la novedad del Espíritu y no en el arcaísmo de la letra (6). Para ver cómo trabaja este argumento (que se explicará más en detalle en Rm 7,7-8,13) consideremos la analogía de Rm 7,2-4 donde se apela al matrimonio. Así como la muerte del marido libera a la mujer en el cumplimiento de sus obligaciones maritales, la muerte de Cristo libera a los judíos de sus obligaciones en relación a la ley mosaica. La mujer queda libre de las obligaciones maritales y, especialmente, puede casarse de nuevo y pertenecer a otro. La muerte de Cristo libera a los creyentes de sus obligaciones con la ley y de las pasiones que la misma ley genera en éste, dejándoles las puertas abiertas para pertenecer a la novedad del Espíritu. Algo parecido se nos dice en Gal 5, 16-18: Digo, pues: Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne (16). Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis (17). Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley (18). El contexto de estos versículos es una exhortación a los cristianos en el sentido que el liberarse de la ley no les da derecho a un libertinaje ético. En estos versículos se pone de manifiesto el conflicto entre el Espíritu y la carne, y lo que es más importante, para Pablo, el liberarse de la ley es vencer los deseos de la carne (18) (entendiendo a estos, obviamente, no en un sentido moral victoriano). La ley y las obras de la carne están íntimamente ligadas. Liberarse de la ley, es liberares de las pasiones. Es como estar en el Jardín del Edén sin ninguna prohibición de comer de algún árbol en particular. Esta posición paulina va en contra de lo que debieron haber sido la mayoría de los prejuicios de los cristianos judaizantes. Estos pensarían, como la mayoría de los judíos lo hacía, que los gentiles eran por naturaleza pecaminosos, especialmente en materia sexual. Si se les admitía en el pueblo de Dios, la ley tenía que ser una garantía necesaria para un adecuado comportamiento ético.
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